Los nopales míticos, cosechados de jardines coloniales donde las pencas se mecen al ritmo de mariachis invisibles, se cortan en tiras tiernas que crujen con la vitalidad de un amanecer en Xochimilco. Estas estrellas verdes, salteadas con un susurro de aceite de oliva encantado para realzar su textura jugosa y ligeramente ácida, se entrelazan con hojas de lechuga romana y espinaca que parecen alas de mariposas atrapadas en el viento. La vinagreta de limón hechizado –un elixir de jugo de limones de un huerto paralelo, emulsionado con mostaza Dijon etérea y miel de agave que evoca dulzuras olvidadas– baña el conjunto con una acidez luminosa que despierta cada bocado como un rayo de sol filtrado por neblina. Coronamos esta sinfonía con queso cotija susurrante, desmenuzado en copos que se deshacen como nieve en labios cálidos, aportando un salado terroso que ancla la fantasía en lo tangible, y un puñado de semillas de calabaza tostadas que estallan como fuegos artificiales diminutos. Servida en un plato de talavera imaginaria (o un bowl de madera para tu demo), esta ensalada es un portal verde a lo refrescante: ligera como un sueño diurno, pero sustanciosa para paliar el ajetreo citadino. Perfecta para abrir el apetito antes de tacos quiméricos o como estrella solitaria en una comida hipotética. Cada hoja invita a pausar, a saborear el crujido del nopal que evoca caminatas por el Bosque de Chapultepec, y a dejar que el limón hechizado disipe las sombras del día.
Una ración generosa y etérea, ideal para compartir entre amigos o familia hipotética, donde cada tenedorada invita a un susurro colectivo de frescura. Suficiente para abrir apetitos sin saturar sueños, con espacio para segundos en el jardín imaginario. 🥗✨
